Cuando pensamos en Buenos Aires pensamos en el Obelisco, la Casa Rosada. Pensamos en el glamour de los restoranes de Palermo y sus parques, en la ostentosidad de Puerto Madero, la tradición de La Boca, los amplios espacios de Ciudad Universitaria o la majestuosidad del Palacio del Congreso en Av. Rivadavia; pero Buenos Aires es mucho más que eso, y la provincia continúa más allá de la Avenida General Paz, donde se divide la Ciudad y la Provincia. Ahí, se esconde otro espacio, y esa realidad es la que nos muestra el director Martín Emiliano Díaz en su opera prima largometraje «Lo Habitado», desde una historia íntima y llena de desesperanza y frustración.
Santi, Miguel, Facu y Meche. Cuatro adolescentes que se toman u ‘okupan’ una casa abandonada por su difunto habitante, donde escapan de su sufrimiento mediante las formas que los adolescentes lo hacen: doliendo. No hablan de sus temores, solo de sus frustraciones. Los mueve la ira, las ganas de derrocar a la máquina, al sistema, pero sin las herramientas para hacerlo y lo saben. Siempre hablan de hacer ‘algo’, pero jamás concretan. No pueden. En el fondo, no quieren. Tienen miedo, pero ¿quién no tuvo miedo en su adolescencia?

El ambiente de «Lo Habitado» se establece por sus largas transiciones, sus secuencias con colores nostálgicos, que reflejan la miseria y tristeza que viven estos cuatro jóvenes, marginados de la sociedad no por sus actitudes, no por ser delincuentes, sino por ser jóvenes en un mundo amargado, violento y estacionario que no quiere cambios, que le teme a los cambios. Los cuatro viven en este espacio buscando crear permanencia, pero ésta es frágil, débil, e inestable, como su trabajo de cámara, intencionalmente endeble, íntimo, testimonial. La permanencia no existe en los espacios transitorios, ni cuando vives el mismo día una y otra vez, repetitivamente, esperando despertar para existir, y descansar para tener energía para volver a existir. La ansiedad, la depresión, la desesperanza, todas consecuencias del capitalismo, de la modernidad y es difícil, casi imposible, enfrentarse a esto. Y ellos lo saben, así que mejor beben cerveza y hablan de cómo enfrentarse a un enemigo invisible, pero poderoso. Nada más se puede hacer cuando te dejan al margen de la sociedad, como una paria.
A través de su sutileza, su ritmo pausado, diálogos naturales y belleza que contrasta con la miseria, no solo de pobreza, sino de tristeza, «Lo Habitado» se convierte en una conversación entre su director y el espectador, entre sus personajes, entre su contexto. Es una película que se construye y existe más allá de sus límites en la pantalla, porque es una realidad. Una realidad dura, de desesperanza y frustración, pero de revoluciones y sueños, de marginalidad, de la búsqueda del sentido y la razón. ¿Por qué hacemos lo que hacemos? ¿Por qué no hacemos lo que no hacemos? No son preguntas que Díaz te responda, pero son preguntas que nos hace a nosotros, y nos hará sufrir hasta encontrar las respuesta dentro de nosotros. No se trata de cuándo dejamos de creer que un cambio era posible, sino de cómo podemos volver a creer que es posible, gracias a cuatro adolescentes semi-derrotados, pero que con una chispa, se convertirán en una llama que encienda todo.