La nana. La histórica y emblemática figura de ‘la nana chilena’. Ni empleada doméstica ni niñera, sino todo eso y más. Figura omnipresente en la idiosincracia de la familia chilena en los años 90, que poco poco ha ido decayendo por las mejoras en las leyes que las protegen en la modernidad, pero con una particularidad: siempre invisibles. Se hacen cargo de generaciones completas, pero comen en una mesa aparte, escondidas, como si sus jefes tuvieran vergüenza. No son familia, jamás lo serán para las generaciones viejas que esperan de su parte cariño, pero se limitan a entregar un sueldo a fin de mes, evitando el pago de contribuciones a toda costa y, luego, culpándolas de abandonar a la familia cuando la situación económica empeora. Las nanas. Siempre presentes, pero siempre invisibles, excepto para las juventudes que criaron, como una segunda madre. Para esas personas, están ahí, brillando, a un abrazo de distancia, pero en un limbo difícil de explicar. Eso es «Zoila». Ella es Zoila.

Para Gabriela Pena, directora chilena-española, revivir sus recuerdos fue una necesidad que le trajo la necesidad de entender su relación con Zoila, quien fuese su nana cuando pequeña, primero en Chile y, tras Zoila cruzar el océano para estar con ella y Montse, su hermana menor, en Barcelona. Este gesto de amor fue el que terminó de romper la relación de Zoila con Chile, con su origen Mapuche, y emprender su propia búsqueda de identidad, lejos de sus orígenes e imposiciones familiares. Una nueva vida, y también una nueva oportunidad para retomar la relación con sus dos casi-hijas.
En este pausado documental, Pena no escatima recursos ni tiempo en generar el ambiente que busca expresar. “Zoila” no es una historia feliz, tampoco triste, es una historia nostálgica, donde su directora se va conociendo y reconociendo a si misma, ya sea por su relación con Zoila y, luego, en relación a la visión de Zoila del concepto de familia. Mediante van pasando las situaciones y van turnando los tiempos, el pasado y el presente, la Zoila en los recuerdos se va difuminando y dando cabida a una nueva Zoila, que no es la misma que no estaba presente en las cintas en Chile, ni tampoco es la misma que si estaba en aquellas cintas que retrataban su vida en España; esta Zoila es nueva, pasó de invisible a empoderada, construyendo su familia, su vida, y una identidad propia a partir de su propio viaje.

A través de viejas fotografías y videos, Gabriela Pena nos cuenta la historia del descubrimiento de su propia identidad, la de Zoila, y la relación entre ambas. El ver cómo la figura de Zoila va mutando, pasando de ser una persona invisible en su vida familiar a una persona a la que Gabriela llama orgullosamente su ‘otra madre’ es simplemente conmovedor, y llega a generar hasta un poco de pudor el ser parte de un momento tan íntimo, personal y hermoso al que solo podemos agradecer por habernos dejado presenciar en “Zoila”, un verdadero retrato de las otras maternidades y la búsqueda de la identidad y la construcción del concepto de familia.