Reparto: Hidetoshi Nishijima, Tôko Miura, Reika Kirishima, Sonia Yuan, Satoko Abe, Masaki Okada, Perry Dizon, Ahn Hwitae
Dirección: Ryûsuke Hamaguchi
Género: Drama
Clasificación: +18
Duración: 2h 59m
Sinopsis: “Pese a no ser capaz de recuperarse de un drama personal, Yusuke Kafuku, actor y director de teatro, acepta montar la obra «Tío Vania» en un festival de Hiroshima. Allí, conoce a Misaki, una joven reservada que le han asignado como chófer. A medida que pasan los trayectos, la sinceridad creciente de sus conversaciones les obliga a enfrentarse a su pasado”. (Filmaffinity)

Después de un exitoso estreno en el festival de Cannes, «Drive My Car» ha sumado un importante número de premios y nominaciones, obteniendo galardones y reconocimientos en las categorías de Mejor Dirección y Mejor Película, incluso logrando inéditos triunfos en terrenos dominados, tradicionalmente, por filmes de habla inglesa. Ahora, después de triunfar en los premios de la Academia de Japón, se encuentra en la contienda por cuatro premios Oscar, donde destaca la primera nominación a mejor película para un filme nipón, dibujando paralelismos con la película ganadora de 2020, «Parasite», del coreano Bong Jon-Hoo.
La adaptación del micro-cuento homónimo de 16 páginas de Haruki Murakami, se transforma en toda una experiencia cinematográfica cercana a las 3 horas de duración, gracias a la pluma de Ryûsuke Hamaguchi y Takamasa Oe. Si bien la idea nace de un breve relato, su expansión toma temáticas recurrentes en las obras de Murakami: soledad, culpa, aislamiento, cuestionamientos existenciales y relaciones interpersonales, logrando expandir estas ideas de tal forma que la esencia de su material de origen se mantenga y se vuelva el núcleo de la narrativa. Esto trae a colación una adaptación previa de otro cuento del escritor, «Burning». Al igual que en el filme de 2018, la narrativa incita un profundo cuestionamiento y participación por parte del espectador, contando con un cinética medio lenta, que termina por pagar a una audiencia paciente y atenta.

La película se divide en tres partes equitativas, casi con una precisión casi milimétrica; inicia con información relevante del pasado del protagonista, en un primer acto que se presenta como un epílogo a la historia principal, marcando su final con la aparición de los créditos iniciales, al ya haber avanzado 1⁄3 de su duración. El relato se desarrolla de tal forma que el espectador vaya armando un puzzle y construyendo el significado de cada interacción, marcado por un subtexto latente en cada escena. En el siguiente acto, los elementos del cuento de Murakami se manifiestan casi al pie de la letra, salvo por la modificación del auto titular, que pasa de un Cabriolet amarillo a un Saab rojo, debido a una decisión artística y narrativa por parte de Hamaguchi. A modo de cierre, el último acto toma las ideas postuladas y enfrenta a sus personajes con verdades inefables que ya aceptan como intrínsecas a su persona, resignados a lidiar con un pesado cargo de conciencia y las heridas del pasado de manera artística, humana y tangencial.
Lo que une al cast principal es la pérdida, el duelo, las conexiones interrumpidas y el arte como forma de exhumación de los pesares de la existencia. En algunos minutos se podría decir que la misma obra cae en un código, donde la expresión artística se manifiesta con una sutil duplicidad. Los paralelismos con la obra que se monta y la vida de los personajes se encuentra intrínsecamente conectado, dando una especial atención al trabajo actoral, tanto dentro como fuera de cámara. La cinta es consciente de sí misma y su propia manufactura, un metalenguaje de su misma estructura narrativa, donde inclusive el acto de manejar guarda su propia poesía.

El matrimonio principal es uno de artistas, él es un director y actor de teatro, y ella una guionista de televisión. Ambos poseen unos hábitos particulares para desarrollar su arte, que, al ser compartido, manifiesta un secreto a voces, pero que jamás emergerá por completo. Oto manufactura historias durante actos sexuales, las cuales va hilando en voz alta, mientras que Yusuke repasa las líneas de su obra con una grabación, mientras maneja su obsoleto auto. Aquí se establece un punto fundamental de la narrativa: la forma en que se expresan los personajes es a través del arte, y así evitan caer esclavos de sus propias palabras, escudándose tras las de otros. Las profesiones artísticas y, principalmente, la obra del ruso Anton Chevoj, “Tío Vania”, dejan entrever heridas emocionales, siendo esta la única forma de ser vociferadas. Tras los pesares que trae la viudez, Yusuke parece seguir estancado en un estado de permanente introspección. Es gracias a su nueva conductora, Misaki, con su parca honestidad y presencia austera, que se quiebra este estado ensimismado. Allí nace una complicidad, un entendimiento que permite exponer de forma cruda sus calvarios, en el íntimo espacio de un auto.
La narrativa de «Drive My Car» es sumamente simple, y a la vez compleja, es el gran tesoro que guarda un filme que se expresa casi de forma novelesca debido al peso de sus diálogos. Hay una gentil sutileza en las operaciones cinematográficas, que están en completa función del guion; para el público más agudo es posible percibir los pequeños guiños ocultos que refuerzan las segundas lecturas de las interacciones de los personajes. Se crea un aura contemplativa y desolada, que permite experimentar las reflexiones y preguntas que se plantean. La banda sonora y la fotografía se desenvuelven con una parsimonia que envuelve al espectador en el viaje en auto, haciéndolo parte activa de la narración e incentivando sus propias cavilaciones.

«Drive My Car» es una de esas películas que deben verse con calma, sin prejuicios ni perogrullos. Es una de esas joyas que entrega nuevas lecturas con cada visionado. Es una profunda reflexión sobre las conexiones interpersonales, los anhelos más recónditos del alma por conocer a un otro y la inevitable obstaculización del auto-sabotaje. La cinta busca hacer que el espectador se sume al relato, como un tercer pasajero del Saab 900, en un placentero e inevitablemente íntimo viaje por la carretera, plagado de conjeturas que dejan una veta abierta al cuestionamiento y planteamiento de las propias relaciones humanas, y de su frágil e inefable existencia.
8.5/10