Autor: Pablo Ázocar
Título original: «El Silencio del Mundo»
Año de lanzamiento: 2022
Páginas: 191
Distribuye en Chile: Editorial Planeta
Sinopsis: “Entre la confusión de protestas y revueltas en Santiago, un joven universitario toca un día a la puerta de Elisa, buscando refugio tras un altercado con la policía. Mujer madura y acostumbrada a recluirse tras sus libros, Elisa no es una persona de emociones fuertes. La llegada de Diego trae consigo nuevos y excitantes sentimientos, pero también desata un torrente de miedos que ella no está lista para enfrentar. En una larga e intensa carta al amante, como Dido invocando a Eneas, Elisa intentará encontrar réplica a un alarido tan antiguo como la historia del mundo, y que ha acompañado a los amantes desde siempre: la incerti-dumbre, la ansiedad, el fervor, el desgarro. Teniendo como fondo el estallido social de Chile en 2019 y la pandemia del covid, El silencio del mundo es una vibrante novela sobre la idea del amor en los tiempos que vivimos, en los que nadie parece estar dispuesto a ceder y salir de su caparazón”. (Editorial Planeta)

Pablo Ázocar es un nombre de peso en Chile. Ha transitado en su carrera entre la poesía, la prensa y la novela, habitando varios países y ganando premios y reconocimiento por su postura crítica ante la dictadura. El hombre de 63 años nacido en San Fernando, puede decir tranquilamente que ha ‘vivido’.
Era octubre de 2019, tras una semana de protestas en la capital de Chile, la indignación culminaba el viernes 18. El mal llamado ‘estallido’, que realmente fue una fuga constante y permanente de décadas, daba inicio a la revuelta popular que invadió cada rincón de Santiago y, un día después, se esparció a todo el país. Las calles, convertidas en carnavales al ojo apresurado, a muchos oídos retrotraían a los temibles momentos de la dictadura en Chile. Hubo muertos, hubo desolación, pero también esperanza. Un día, eso sí, las calles se callaron, pero no volvieron a ese silencio desinteresado, egoísta, que previamente reinaba, sino que a uno desolador, desértico. Ya había pasado meses atrás (y años atrás, también), pero nuevamente las calles se cerraban y nosotros nos encerrábamos. Era marzo del 2020 y lo que prometía ser una cuarentena de quince días (y no cuarenta, generando risas), se convirtió en nuestra nueva normalidad. Hoy, noviembre de 2022, todavía nos preguntamos dónde estamos.
Es en este contexto, en esta certidumbre incierta, en esta rutina infrecuente, Ázocar ubica a sus personajes, dentro de su regreso a la novela tras 25 años. «El Silencio del Mundo» es una novela que de novela tiene solo la promesa, porque se lee como una confesión, un manifiesto, quizás hasta una especie de manuscrito melancólico, lleno de pensamientos sin edición. Claro está que la razón de sentirse así es la calidad de la escritura y no una coincidencia. Es difícil no ver a su protagonista, Elisa, como una especie de tímido self-insert, ese género que no posee traducción real al español en donde su autor se proyecta en la narrativa. Es a través de sus ojos y de su relación con Diego que vemos este mundo que es nuestro mundo, pero que se siente ya tan lejano, distante e irreconocible. Las calles ardieron, ojos se perdieron, la sangre corría en dirección opuesta al Mapocho, y de eso solo cuatro años han pasado, pero, ¿qué son cuatro años ante una vida? Sin plantearlo, Ázocar lo transmite. Elisa ha vivido, así como su autor, pero en algún momento se olvidó de vivir.
La empatía es uno de los pilares fundamentales de la narrativa. Como lectores, consumidores, espectadores, como quieran llamarle, debemos sentir una conexión con los personajes, ya sea por similitud o diferencias. Sin eso, es difícil conectar y creer lo que leemos. La gracia de «El Silencio del Mundo» es que el sentimiento que recorre sus páginas es universal: el miedo, que se manifiesta de muchas formas, sea su ausencia o su presencia, está ahí. Elisa y Diego tienen una relación simbiótica como el miedo y la esperanza. El relato de la mujer en primera persona, que a ratos puede cuestionarse quizás por la cadencia de su hablar, se siente un poco forzado, muy ‘hombre-que-escribe-mujer’, pero no desconcentra, sino que atrapa y envuelve en sus razonamientos, lo que dice a Diego en persona y a Diego en la carta de amor/confesión que le escribe, y que es la novela. Seamos confidentes o invasores de la privacidad de Elisa, lo importante es que somos un hombro simbólico en donde llora sus penas y expone sus miedos.

Diego, por su parte, es explosión. Los jóvenes no mueren, dicen. Los jóvenes solo le tienen miedo al miedo. Incluso, cuando al comienzo del libro su personaje parece una caricatura de los manifestantes, una especie de grotesca burla a la llamada primera línea, este muro cae y vemos que no hay maldad en Ázocar al describir el universo que habitan (y a ratos co-habitan) sus personajes: es la visión desgastada de una mujer que encontró en el encierro y la soledad una compañía ante su miedo al mundo. Cosa aparte es la impecable descripción del autor del amor por los gatos, animales de la realeza, perfectos y peludos.
Es innegable que la novela se siente derivativa de «Tengo Miedo Torero» de Pedro Lemebel, pecando quizás de ser hasta un pudoroso retelling de esta historia de amor y guerrillas, pero a segundo plano pasa todo esto cuando conectamos con su narrativa honesta, pulcra, desgarradora e identificable. Durante meses, todos tuvimos un poco de Diego y, luego, un poco de Elisa. Pablo Ázocar toma dos temáticas relevantes y contemporáneas: la revuelta popular y la pandemia, y las mete a la licuadora. El resultado es espeso, quizás algo forzado, pero su relato termina siendo atemporal: no es el dónde habitamos, es el cómo, pregunta que, como sociedad, en algún momento nos tendremos que volver a plantear y que sus personajes buscan responder también. Como la vida misma.
Frase favorita:
“En ese octubre asombroso volvió a irrumpir la realidad en mi escenario mental, sabes, volví a interesarme furiosamente por la calle y por la gente, salía a caminar con otra mirada, más atenta, más curiosa, observaba los semáforos caídos, las barricadas, los rescoldos de las fogatas de la última noche, y ya no me sentía ajena, quería saber más, hacía preguntas, husmeaba, observaba, conversaba con personas de todos los pelajes”.
