
Martin McDonagh se hizo un nombre en el cine cuando, hace ya seis años, estrenó «Tres Anuncios por un Crimen»; nominada a prácticamente todo, le entregó a Frances McDormand su, hasta ese entonces, segundo Óscar y el primero a Sam Rockwell. Aun así, la carrera del director británico-irlandés no comenzó ahí, sino en los años 90, escribiendo obras de teatro, algo con lo que nunca logró conectar del todo. En 2004, «Six Shooter», su primer cortometraje y encuentro con el actor Brendan Gleeson, le valió su primer premio de la Academia. Hoy, reencontrándose con Gleeson, Farrell y Condon una vez más, se lanzan a la aventura con «Los Espíritus de la Isla», un drama plagado de su característico humor negro, ambientado en una desolada y triste isla irlandesa. ¿El resultado? Una abrumadora historia que te hace sentir la angustia en piel propia.
Si hay algo con que la industria del cine se ha dedicado a colmar las carteleras, año tras año, son películas bélicas: desde verdaderas publicidades a favor del ejército (especialmente norteamericano) hasta fuertes críticas a la guerra, hemos visto cómo es un género que se niega a desaparecer, aunque sea brevemente. A pesar de que «Los Espíritus de la Isla» existe en los últimos días de la Guerra Civil Irlandesa, no busca reivindicar, justificar ni criticar el conflicto directamente a través de muestras de poderío armamentístico, pérdidas civiles ni grandes discursos. Al contrario, el violento enfrentamiento existe solo en aquella isla principal, grande, lejana, donde explotan bombas y fallece gente. Mientras, en la ficticia Inisherin, la lucha se siente dentro, en cada uno de sus habitantes que busca sobrevivir en tiempos difíciles.

Precisamente, la última película de McDonagh trata de eso: luchas internas. Colm (Gleeson), Padraic (Ferrell), Siobhan (Condon) y Dominic (Keoghan) son, en sí, cuatro islas en este archipiélago emocional en que habitan; incomprendidos, solitarios, anónimos, poco importantes. Ninguno de estos cuatro personajes tiene objetivos reales: en Inisherin no habita nadie, solo fantasmas llenos de dolor y desesperanza. Ninguno de los cuatro pilares de la historia vive para sí mismo, sino que algo más los mueve, ya sea el arte, el cuidado de sus animales o de algún ser querido. Son cáscaras vacías sin agencia real, existiendo por inercia, esperando el final o algo levemente interesante que pueda pasar antes.
La melancolía en la que transitan los protagonistas de esta historia no se debe explícitamente al conflicto armado, más bien a la sensación de enajenación, no con el mundo sino con ellos mismos. Su existencia no les pertenece, están rendidos ante su contexto del que hay muy poco que cambiar, y de aquí nace el conflicto entre Colm y Padraic, que se va convirtiendo en una situación de daño permanente, de ataques constantes y en donde ninguno puede ganar. Ahí está la metáfora con la guerra civil. Incluso sin buscarla, la película mantiene su permanente oscuridad narrativa, literal y figurativa. La figura de Siobhan representa una esperanza, el cambio, el futuro, el fin del conflicto, mientras que Dominic es, en parte, una imagen de lo que debe dejarse de lado: la obstinación, la simpleza. El cambio es necesario, pero ya nada cambia en una isla donde nada crece más que la angustia.

Para una historia así de densa, necesitas un elenco que pueda concretar tu idea y llevar las emociones a la pantalla. Así, sería injusto decir que Ferrell o Gleeson sorprenden, debido a su amplia y galardonada carrera, pero no sería justo tampoco obviar su tremendo desplante ante la personificación que realizan. La desolación, tristeza y desesperanza están plasmadas en el rostro de Colm sin necesidad de ser claro con sus palabras, mientras que la angustia, disfrazada de alegría y simpleza, en la que vive Padraic se expresa en sus gestos, en su elección de palabras y hasta en su caminar. De igual forma, Condon le da a Siobhan una cara permanente de querer dejar salir esas emociones que debe llevar dentro suyo: gritar, correr, llorar, escapar. El elenco no estaría completo sin el Dominic de Keoghan, un joven de ‘mente simple’. Con su simpleza y extrema honestidad, que lo hacen, a ratos, incorrecto, pero, al mismo tiempo, encantador, es un punto fácil de conexión con «Los Espíritus de la Isla», al ser un personaje que, como nosotros, parece entender poco o nada.

Además del elenco de actores, existen otros factores que tambien juegan a ser personajes: cámara, luz y sonido. Desde la fotografía, los encuadres y la forma de mostrar a los personajes, resalta una inteligencia de una especie de neo-Bergman, pero con la particularidad de destacar los colores, o mas bien la ausencia de estos, en los fríos y húmedos parajes irlandeses que vemos, contrastando, eso sí, con el colorido vestuario de un personaje en particular. La falta de luz, por su parte, ayuda a entender de mejor manera el lugar, a sentir su frío e incluso el aburrimiento del lugar. Luego, el sonido: desde el agua, el viento o la música, ya sea incidental o tocada en la misma cinta, nos transporta a Irlanda y da luces de que, a ratos, las cosas pueden salir bien, aunque no sea así realmente. Una combinación perfecta en donde todo parece crear una obra que no tiene puntos bajos, más allá de quizás algunos reparos en el guión, que sigue un camino en extremo predecible, algo repetitivo y un poco absurdo, pero a veces la vida es un poco así.

Quizás la premisa de ‘dos amigos de toda la vida se pelean’ puede sonar aburrida y algo simple, pero Martin McDonagh toma un conflicto entre dos y lo convierte en una lucha contra uno mismo. Desolación, tristeza, desesperación e incluso miedo, son algunas de las emociones que la cinta nos hace ver y sentir, sin jamás ser explícita, con una sensibilidad importante y delicada. Aun así, gracias al humor negro que acompaña la historia, podemos reír un poco entre tanta angustia, mientras nos encariñamos y, al mismo tiempo, despreciamos, al conjunto de habitantes de la ficticia Inisherin. Posee un trabajo actoral magnífico que le valió nominaciones a los premios de la Academia a sus cuatro actores principales, además de nominaciones a Mejor Película, Dirección, Guión Original, Banda Sonora y Edición. Una de las misiones de su director era “hacer una de las películas irlandesas más (visualmente) hermosas”, pero claramente no se quedó solo en eso, ya que cada detalle, cada sonido y cada instante en «Los Espíritus de la Isla» se entrelaza y convierte a la obra en un resultado que, más que una mera cinta, es una experiencia inexplicable, plasmada en una bella y desgarradora historia.
«Los Espíritus de la Isla» (Dir. Martin McDonagh) 9/10