
El cine argentino se ha caracterizado durante su historia por estar a una gran distancia del resto del continente. Con el paso de los años, se ha mantenido en la vanguardia en la industria, sorprendiendo con sus historias y sus increíbles actuaciones. En su tercer largometraje, la directora argentina Marina Seresesky nos presenta una historia íntima y llena de emociones, en coproducción con España, que saca a relucir lo mejor de la simpleza del cine argentino y la capacidad de hacer mucho con poco.
La historia es simple, la hemos visto mil veces, pero no es fácil que funcione: el reencuentro de una pareja tras años sin verse, pero con un giro que ya da un nuevo aire a este relato, al convertirlo en un road trip desde la capital, Buenos Aires, hasta Mendoza. Una película que basa su narración en diálogos más que en hechos, todo gracias a las tremendas actuaciones que solo el cine argentino nos entrega, de la mano de actores de gran recorrido como Mercedes Morán, Darío Grandinetti y Jorge Marrale. La conexión entre estos tres nos hace creer que, realmente, estamos viendo un reencuentro entre amistades antiguas.

Pese a que uno esperaría que la película hiciera uso de los paisajes que dividen las dos ciudades, y aunque no hay un real aprovechamiento de esto por razones logísticas, sí se usa de manera inteligente para ir entendiendo el paso del tiempo y del recorrido. Los detalles en el vehículo que usan, el vestuario de sus personajes que demuestran su esencia, la que no han perdido a través de los años. La dinámica entre Carlos, Margarita y Pichu es orgánica, realista y lo suficientemente fuerte para sostener la película por toda su extensión, donde los otros personajes que aparecen a ratos entregan su aporte y abandonan el viaje.
«Empieza el Baile» refleja bien la cultura latinoamericana, esa llena de dolores, arrepentimientos y de muchos “lo que nunca te dije”. Es una obra que, a pesar de ser muy argentina, genera una emotividad que apela a su público a conectar con tanto personajes como argumento, incluso con lo distante que puede resultar la idea de dos ex bailarines de tango reencontrándose. Así es el cine argentino: crea mucho a partir de poco, de ideas que nacen probablemente en una conversación en un café, que crecen y crecen con una ambición desmedida que bien haríamos en copiar en el resto del continente. Argentina y su industria no le temen a los tropiezos, al fracaso. Es, quizás, esa misma identidad resiliente de su cine, de superarse ante la adversidad, la que ha permitido llegar a donde están hoy en día.
El último estreno de Marina Seresesky se fortalece en su humildad. Una historia simple con un elenco reducido, sosteniendo su narrativa principal en el talento de sus protagonistas, entrega una emotividad que permite conectar con una historia ajena en lo particular, pero con la nostalgia como una idea universal, con sentimientos que hemos vivido sin lugar a dudas. A ratos, peca un poco de facilismo a la hora de solucionar ciertos conflictos que su directora y guionista crea, pero esto no rompe la conexión ni desentona, siendo también parte de la idiosincracia del cine latinoamericano. «Empieza el Baile» es una película que entretiene, saca risotadas y también emociona, que se sostiene mucho en el dialogo y en cosas convenientes, no tanto en hechos, pero que conecta con el público de una manera simplemente hermosa. Una nueva gran obra del cine transandino que nos saca un poco de la tragedia densa de la que a veces abusa el cine del continente.