Bradley Cooper vuelve a la silla de la dirección desde su primera y última vez en 2018, año en que también fue productor, guionista y protagonista de «Nace una Estrella», remake de un clásico musical donde compartió pantalla con Lady Gaga.
La película se convirtió en un clásico instantáneo, una de las versiones mejor valoradas de la obra, posicionando sus temas musicales en lo más escuchado del año y recibiendo múltiples nominaciones a la temporada de premios 2019.
Este hecho consolidó a Cooper como un prometedor director, añadiendo capas a un currículum que ya destacaba por una impecable carrera actoral. Es por ello que «Maestro», la nueva propuesta de Cooper en colaboración con Netflix, es un título que ha causado bastante expectativa a su alrededor.
Bradley Cooper da vida al Maestro
En esta ocasión, Bradley Cooper explora partes de la vida de Leonard Bernstein, compositor, pianista y primer director de orquesta norteamericano en ganar reconocimiento a nivel mundial. Seguramente, las piezas que más han trascendido en la cultura popular alrededor de su persona sean aquellas que compuso para la obra musical «Amor sin Barreras» (1957), que recientemente tuvo un exitoso remake de la mano de Steven Spielberg (quien además funge como productor de «Maestro»).
Pero tan interesante como su prolífica carrera es también su vida personal, sobre todo su relación con Felicia Montealegre, actriz chilena-costarricense de talla mundial; un aspecto sobre el cual gira en torno gran parte del relato
Iniciando con un protagonista ya entrado en edad y viviendo el luto por la muerte de su mujer, la película toma la forma de una serie de recuerdos personales, un collage de momentos que no siempre se hilan de la mejor manera pero que, al final, terminan de formar una cronología comprensible y cohesiva sobre la historia de ambas estrellas.
Bernstein se retrata como un hombre sumamente enérgico, alguien que deseaba estar en todas partes al mismo tiempo e interactuar con todo el mundo, era un individuo que amaba a las personas y esa personalidad se traduce bastante bien en el primer acto gracias a un soberbio trabajo visual.
Una historia en blanco y negro, y también a color
Matthew Libatique vuelve a colaborar con Cooper en la dirección de fotografía, dotando a los primeros cuarenta minutos de una cámara que se mueve con frenetismo, de una energía que toma de la mano al espectador y lo invita a correr junto al compositor durante los agitados y alegres albores de su carrera.
Filmado en blanco y negro, el primer segmento nos cuenta los inicios de Bernstein a través de una clave reminiscente a los musicales y las comedias de las décadas de 1930 y 1940, periodo en que también ocurren los sucesos de esta primera parte.
Ya sea por su composición, por sus desenfrenados movimientos o por una que otra espectacular coreografía que se arma en medio del argumento, estos códigos estéticos cargan de nostalgia al cuadro y de una vibra sensacional que dura menos de lo uno podría esperar, puesto a que se ve interrumpida de sorpresa, como un choque de realidad.
Un camino de contradicciones
Tanto el diálogo explosivo y juguetón como el trabajo de cámara se vuelven más letárgicos, reflexivos y estáticos, esto favorece bastante la reflexión alrededor de las contradicciones y conflictos que ocurren tanto en la figura protagónica como en su matrimonio, que comienza a quebrarse por las aventuras que el compositor tiene con compañeros y colegas; pero llega de manera tan repentina, que no da tiempo a quien se encuentra tras la pantalla de lograr adaptarse al cambio de ritmo.
El guion e, incluso, la propia relación de los protagonistas, saltan de algo chispeante y alegre a un camino pedregoso de un momento a otro, dejando una pequeña laguna que se llena con algo de exposición pero que podría haberse consolidado con alguna que otra acción que ayudase a un flujo más orgánico de los acontecimientos. Estos cambios abruptos podrían verse como una materialización de las contradicciones que el propio Bernstein sufre en su camino, pero son propuestas que no logran cuajar bien.
Existen un choque, por dar otro ejemplo, entre efectos digitales sumamente evidentes y una propuesta fotográfica que busca reflejar el purismo de las grabaciones en celuloide, creando una imagen en teoría funcional y agradablemente estética, pero que en la ejecución se ve tosca e inacabada.
Una actuación magistral
Todos aquellos punto débiles se ven contrarrestados por una dirección de actores de alto nivel. Cooper, que también encarna a Leonard Bernstein, se mete bajo la piel del compositor y se desencasilla de cualquier papel anterior en una interpretación que, si bien no exige la misma intensidad que su opera prima, saca emociones y refleja la complejidad de un hombre que está en la cima, pero cuya personalidad dispersa y explosiva lo llena de inconformidad, y cuya fama amenaza, hasta cierto punto, su particular estilo de vida (por lo menos para los estándares de la época).
La corporalidad, gesticulación y la voz de Bernstein son traducidas con exactitud por Cooper, cuya apasionada actuación opaca por completo las falencias de un cuestionable departamento de maquillaje.
La pasión y la energía de Bernstein son fielmente reflejadas en un histrionismo excelso, pero la complejidad del personaje, la exploración de su bisexualidad, sus opiniones políticas, las decisiones que toma a lo largo de su camino para suplir sus carencias emocionales y cómo todo lo anterior se relaciona con su carrera, se pierde en un guion superficial que tampoco deja muy claro las temporalidades entre las que se mueve el relato.
Carey Mulligan deslumbra
Carey Mulligan, por su parte, brilla con luz propia, dando vida a un personaje que en cualquier otra biopic podría haber sido escrito y cosificado como un dispositivo narrativo, o un interés amoroso que impulsa u obstruye el camino del protagonista. Mulligan se une a Cooper como una segunda protagonista cuya historia a veces acapara las luces y sin la cual no se podría conformar la pieza final y es que esta determinada y, en ocasiones, terca mujer, tiene objetivos mejor definidos y más comprensibles que los del propio Bernstein.
La evolución en su interpretación se siente un poco más orgánica que la de su compañero, teniendo también un peso dramático mayor debido a la obligación de representar en pantalla aquello que ocurrió con la verdadera Felicia Montenegro. Si bien Mulligan brilla un poco más que el propio Cooper, ambos son piezas fundamentales a la hora de elevar una cinta que a veces decae debido a sus decisiones téncnicas.
¿Hablamos de el Maestro o hablamos de Lenny?
Quizás uno de los aspectos que más se echa en falta durante esta intensa y reflexiva historia de amor es ahondar un poco más en el impacto que Leonard Bernstein tuvo en el mundo de la música y el espectáculo. Para quienes entran en la obra desconociendo completamente al hombre en quien se inspira, es difícil entender precisamente las implicancias que tuvo su carrera, más allá de un par de menciones a sus logros o referencias a una que otra de sus piezas.
Existen momentos verdaderamente brillantes en que podemos ver interpretaciones de sus composiciones más emblemáticas, quizás los más disfrutables de la cinta (gracias a un trabajo increíble de Cooper), pero poco se muestra o verbaliza respecto a qué significaba la soberbia construcción y ejecución de las mismas.
La película se centra demasiado en la vida íntima del personaje, pero a ratos olvida ligar este aspecto privado con la figura pública. Tanto el mensaje como la historia y el propio Bernstein se banalizan en algo que podría haber sido contado a través de otros personajes, sin las limitaciones impuestas por una biografía.
Hay que dar créditos a la película por estar musicalizada con piezas de Bernstein, que calzan a la perfección con el sentimiento y la época en la que sitúa cada una de las escenas en las que se utilizan. Mucha de la nostalgia y la vibra del antiguo Hollywood se logra, precisamente, gracias a esta aplaudible y precisa jugada.
De Netflix a la temporada de premios
Quizás este sea un pequeño paso atrás en la carrera directoral de Bradley Cooper, quien a través de una experimentación con la estética y la narrativa acaba creando una propuesta contradictoria, cuyo ritmo decae una vez alcanzado el punto medio. A pesar de ello, la representación de Copper representación de la vida íntima de Leonard Bernstein sigue siendo lo suficientemente profunda como para mantener la atención de un público que recibió todas las bondades y novedades del equipo técnico en el primer acto.
Con una co-protagonista que eleva el elenco hasta las estrellas, esta biopic puede fallar a la hora de exponer qué convirtió a Bernstein en un maestro, pero sin duda entrega una historia de amor y ambiciones que abre paso a la reflexión, dejando al espectador con un buen sabor de boca y conmovido por interpretaciones que ya se ven como potenciales candidatas para la siguiente temporada de premios.